[213] Gritos.

Me he comprado una bufanda roja, a doce con noventa y cinco, con la que protejo mi garganta del frío húmedo que acaba de llegar a esta tierra, y que ondea al viento cuando conduzco mi bicicleta teniendo en contra la brisa del mar del Orzán.

Estoy tomando claras de huevo y tisanas de eneldo, como el lobo del cuento, para aclarar mi voz y que llegue a ser sonora, vibrante y agresiva. Amenazadora, en una palabra.

Dentro de pocos días pondré en marcha todo un artificio teatral para el que Taxi me servirá de cómplice. Se trata de un rifascimento de mi casa a base de luces, velas de sebo, espejos, candiles de carburo, flores secas, música, telas penduradas y movidas por el viento que entre por las ventanas abiertas manchado de incienso, humo de especias de aroma agrio y cavernoso, cáscaras de naranja amarga y nébeda. Y sal, mucha sal.

Le colgaré a Taxi de la cola una campanilla de plata, y yo unas cadenas de los tobillos, y nos cubriremos los dos con telas blancas de tul con dos círculos azules fosforescentes en el lugar de los ojos. Luego nos agazaparemos en el rincón del pasillo dónde nuestro invitado indeseable suele dejar su sombrero y lo asustaremos. Lo perseguiremos aullando y maullando, chillando y bufando hasta que sus tímpanos revienten, divertidos de ver su sangre cuajada manando de los oídos y su cara de espanto, arrojándole puñados de sal gorda y agua de lluvia y mordiéndole las perneras para que tropiece y se caiga. Ese es el objetivo, que se caiga, porque en cuanto toque el suelo con su frente, lo atravesará y se hundirá en la tierra que ya cubre su cadáver y de cuyo abrazo húmedo y digestor se ha librado su alma hasta ahora para convertirse en el fantasma que vigila mi casa y la hace fría. Por él he perdido las ganas de pintar las paredes de blanco azulado, de arreglar la calefacción, de dibujar un mural a plantilla en la medianera del salón, de convertir un racimo de botellas de vodka en lámparas para mi biblioteca, de instalar sobre mi cama un móvil al estilo de Calder, de transformar la tapa de alabastro de un aparador viejo en una mesa para mi cocina, de mil cosas que necesito hacer para sentirme dueño de la casa en la que vivo y para sentir que soy dueño de mí siempre que no decida no serlo.

Luego Taxi y yo nos echaremos a dormir abrazados el uno al otro bajo nuestro edredón de plumas. Taxi me hará cosquillas con los bigotes sin querer y me llenará de pelos blancos como de seda que me harán estornudar, como de costumbre.

Esa casa siempre ha sido fría. Ya lo era cuando mi abuelo vivía en ella en forma mortal, sigue siéndolo ahora que la ocupa en forma de ectoplasma. Eso va a cambiar para siempre. El muerto al hoyo, como está escrito.

Mañana empiezo el acopio de sal y aromas purgantes. Os mantendré informados.

Eugenia León & Lila Downs. La bruja.

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