[073] Adviento.

Kiri te Kanawa. O mio Babbino caro. Giacomo Puccini.

Esta temporada es de recuerdos, y será por algo.

Me pasa por la cabeza, fugaz y pertinaz, el recuerdo de mis cinco o seis años de edad, me veo con los dientes grandes, el pelo rizado y los ojos miedosos. Y viéndome lloro, yo que no sé llorar, yo que tengo los ojos secos, y no sé por qué lloro.

Mi memoria vuelve una y otra vez a un momento, un lugar y una persona de mi infancia, y me veo allí, entonces, con él y sin mi padre y necesitando su protección, y las lágrimas regresan sin que yo sepa por qué.

El lunes vi mi pesadilla sin el velo con el que los sueños se cubren al despertar. Supe lo que había pasado y quién lo hizo con tanta certidumbre como es posible saberlo. Entonces las lágrimas fueron riada, pero dejaron el campo limpio a su paso. Al salir pasé por delante de un colegio a la hora de la salida, un chiquillo de belleza apolínea se cruzó en mi camino. En alguna ocasión similar me había venido a la cabeza la sentencia que invade el frontón del cementerio de San Amaro: Como te ves me vi, como me ves te verás. Esta vez fue otra la frase: Tú no eres yo; yo soy yo.

Perdonad la parábola excesiva, pero se trata de misterios gnósticos los que ahora manejo. Nadie quiera ingresar a su conocimiento.

Mi madre nunca supo una nana para cantar a sus hijos. Esa herencia me la ha negado sin haber muerto. Mi padre existía en verbo pero no en acto. Yo he sido huérfano sin saber que lo era, por incapacidad de uno y desinterés de otra. Hoy sólo me interesa conseguir que mi padre empiece a serlo. Nunca quise de este blog que fuera expresión atormentada de mis dolores, sólo purga. Mi ingenuidad es ahora clara.

Esta aria es una invocación a un padre y también me ha hecho llorar. Él me hizo falta cuando no estaba.

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